«FIESTA DE LA SANGRE PRECIOSA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO»

El tiempo apremia. Quiero que el hombre sepa lo más pronto posible que lo amo y que siento la más grande felicidad estando con él, como un Padre con sus hijos.

Hé aquí el verdadero objeto de mi venida:


1) Vengo para eliminar el temor excesivo que mis criaturas tienen de mí, y para
hacerles comprender que mi alegría está en el ser conocido y amado por mis
hijos, es decir, por toda la humanidad presente y futura.


2) Vengo para traerles la esperanza a los hombres y a las naciones. ¡Cuantos la
han perdido desde hace mucho tiempo! Esta esperanza les hará vivir en paz y
con seguridad, trabajando para la salvación.


3) Vengo para hacerme conocer así como soy. Para que la confianza de los
hombres aumente contemporáneamente con el amor hacia mí, el Padre, que
tiene una sola preocupación: velar sobre todos los hombres, y amarlos como
hijos.

FELIZ FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESÚS EN SU TEMPLO, PADRE

«Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él».

(Lucas 2, 22 – 33)